Aquella mañana, Jorge Pérez perdió el trabajo. No recibió ninguna explicación, no hubo anestesia: de buenas a primeras, en un santiamén, fue echado de su empleo de muchos años en la refinería de petróleo.
Se echó a caminar. Caminó sin saber por qué, sin saber adónde, obedeciendo a sus piernas, que estaban más vivas que él. A la hora en que nada ni nadie hacen sombra en el mundo, las piernas lo fueron llevando a lo largo de la costa sur de Puerto Rosales.
En un recodo, vio una botella. Presa entre los juncos, la botella estaba cerrada con tapón y lacre. Parecía un regalo de Dios, para consuelo de su desdicha, pero Jorge la limpió de barro y descubrió que no estaba llena de vino, sino de papeles.
La dejó caer y siguió caminando.
A poco andar, volvió sobre sus pasos.
Rompió el pico de la botella contra una piedra y adentro encontró unos dibujos, algo borroneados por el agua que se había filtrado. Eran dibujos de soles y gaviotas, soles que volaban, gaviotas que brillaban. También había una carta, que había venido desde lejos, navegando por el mar, y estaba dirigida a quien encuentre este mensaje:
Hola soy Martín.
Yo tengo ocho años.
A mí me gustan los nioquis, los huebos fritos y el color berde.
A mí me gusta dibujar.
Yo busco un amigo por los caminos del agua.
Eduardo Galeano, en Bocas del tiempo
4 comentarios:
Yo también busco el color berde, por favor que se ponga en contacto conmigo. Besos.
Lo pediremos juntas y aparece seguro. Es un poco juguetón, pero siempre acude a la cita, y más con la inocencia que lo dice Martín...
Un beso, linda Amapola.
Que tengas buen lunes y buena semana.
Berde esperanza, no hay otra...
Besos, linda.
Berde, berde, claro que no hay otra...
Besos para ti, linda Amapola.
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