"Ha resucitado. No está aquí. Mirad el sitio donde lo pusieron..."
(Mc. 16, 6)
Resurrección de Cristo, Fray Angélico
La piedra está movida...
Únicamente la aparición de Jesús de Nazaret, el Hijo del Padre hecho hombre, su vida, su muerte y su resurrección iluminan definitivamente el misterio de nuestra muerte.
QUERÍA escribir un poema triunfante, expresión de este gozo de la Pascua, que fuera lluvia de lirios, retumbo de tambores, canto de querubines, hombres, pájaros, ballenas, repique de campanas, la alegría misma hecha poema. Pero tras el Pregón Pascual de la Vigilia, que escuché ayer con ojos nuevos, otro canto a la resurrección se hace superfluo. El ‘exulten!’ resuena en los coros de los ángeles y en cada esquina recóndita de la tierra, y en las voces de los hombres que recuerdan las promesas. Le canta a la culpa dichosa que ha traído el perdón y a la noche —’día’ y ‘santa’ y ‘feliz’ la llama—, la única presente en el principal evento de la historia. Festeja la libertad, la inocencia recobrada, el espanto del odio, la culpa, la tristeza. Y por si fuera poco —no le falta finura a ese poema— es todo un himno a las abejas, abejas-madre, dice, qué belleza. Y al fuego y a la luz que se esparce y no mengua. Y aún más, es festejo de las nupcias de lo humano y lo divino, que no separa la muerte. La copa del pregón rebosa ya acción de gracias y loas y en medio de tantos versos solo se abre una plegaria, la más pura poesía: que esta luz del cirio se una a las estrellas del cielo y que el lucero matutino que no conoce ocaso la encuentre ardiendo. Y cuando no parece que quepa más contento, ¡una metáfora! el lucero del alba, brillo sereno, es Cristo ¡y un colofón! que vive y reina por los siglos de los siglos. (Amén.)
De algún modo misterioso, la poesía nos salva: «Vemos que el arte, a través de la historia, no nos ha salvado de casi nada. En Auschwitz se oía música de Bach, de Beethoven, de Mozart, mientras se estaba incinerando a las personas en los hornos crematorios. Sin embargo, yo sí pienso que el arte y la poesía nos salvan de muchas cosas. Para mí, escribir un poema es un momento de luz, no sé si útil, pero valiosísimo».
“Cuando hace frío en el tiempo del frío para mí es como si hiciera buen tiempo, porque para mi ser adecuado a la naturaleza de las cosas, lo natural es lo agradable solo porque es natural”.
Fernando Pessoa
Jules Massenet (1842-1912) - Meditation from Thais
Augusto Ferrer-Dalmau, “El cuadro " Reina y Señora" Isabel la Católica y el Gran Capitán”
«En la uña del dedo meñique de una mujer, Isabel la Católica, había más potencia gobernante, más energía política, que en todos los poetas, economistas, oradores, periodistas, abogados y retóricos españoles del siglo XIX».
Benito Pérez Galdós, «El grande Oriente» Episodios Nacionales.
Isabel la Católica, Reina y Sierva de Dios
Isabel la Católica
Mater Dei: “Isabel la Católica, más cerca de los altares. Argumentos y datos del proceso”.
Los hay que piensan que el mundo acabará con una explosión, otros tristemente imaginan que finalizará con un lamento, pero los hay irreductibles que sueñan que terminará con un gran aplauso.
Si existen los ángeles no creo que lean nuestras novelas sobre ilusiones perdidas.
Me temo -por desgracia- que tampoco nuestros versos quejándonos del mundo.
Los espasmos y los gritos de nuestras obras teatrales deben -sospecho- impacientarlos.
Al fin de su jornada angelical, o sea inhumana, ven sobre todo nuestras comedias de la época del cine mudo.
Más que a los lamentadores, rasgadores de vestiduras, y rechinadores de dientes, valoran -según creo- a ese infeliz que agarra de la peluca al que se ahoga o que por hambre se deleita con sus propias agujetas.
De la cintura hacia arriba, pechera y aspiraciones, más abajo, un ratón aterrado en las piernas del pantalón. Eso sí que debe hacerles mucha gracia.
En una persecución en círculo el que persigue se convierte en perseguido. La luz en el túnel resulta ser el ojo de un tigre. Cien catástrofes son cien graciosas cabriolas al borde de cien precipicios.
Si existen los ángeles . debería -espero- llegar a convencerlos esa hilaridad que se alimenta del espanto, sin siquiera gritar ¡socorro!, porque todo sucede en silencio.
Me atrevo a suponer que aplauden con las alas y de sus ojos brotan lágrimas cuando menos de risa.
Wislawa Szymborska,Fin y principio, traducción de Gerardo Beltrán