su palidez copiada por la luna en febrero y su contacto noble de pan de pueblo.
Os hablaría de su cabello suelto, de cómo huele a noche, a sombra de algún río, de sus manos, de esas dos palomas viajeras, de esa cristalería de su risa en el mundo.
Cantaría su cintura de palma de las islas, sus caderas de cántaro sencillo y las uvas salvajes de sus labios.
Explicaría su lluviosa mirada, la azucena serena de su cuerpo en medio de las noches, le daría su nombre de arroyo de montaña, de tierra laborable.
Cantaría a la sombra de su sonrisa como quien canta una mañana debajo de un cerezo y os diría, os diría, os diría mil cosas si existiesen palabras para ella.