domingo, 22 de mayo de 2016

Mahler






"... como si el mundo fuera nuevo ..."

TORO SALVAJE



Parece paradójico que la obra de un judío errante que se sentía apátrida y sin identidad definida, sea extraordinariamente original. Es precisamente el caso con Mahler. Los austríacos lo consideraban bohemio, a pesar de haber nacido en la Moravia austríaca; los bohemios, austríaco; los alemanes se referían a él como ‘el austríaco’ o ‘el judío’; los judíos lo veían como ‘el cristiano’, pues se convirtió a la fe católica. Y, sin embargo, la obra de Mahler no podría tener mayor identidad, no podría ser más original, no podría estar más definida. En fin, un genio absoluto y verdadero, como pocos han existido en la humanidad, y que, entre otras cosas, tuvo la virtud de exponer, como nadie, los secretos más íntimos del ser; y no sólo del ser humano, sino del ser universal (esse comune) y del Creador mismo (ipsum esse subsistens).
En suma, para muchos Gustav Mahler es un verdadero profeta del espíritu humano y del anima mundi. El incomparable Thomas Mann (Premio Nobel de literatura, 1929) se refirió a él en estos términos:

“el hombre que, como creo, expresa el arte de nuestro tiempo en su forma más profunda y sagrada”.

La octava sinfonía, compuesta en 1906, es conocida como sinfonía de los mil por la enorme cantidad de músicos, solistas y coros requeridos, que en realidad no son mil, sino tal vez doscientos, aunque para su estreno en Munich en 1910, bajo la dirección del autor, se emplearon mil treinta personas. De cualquier forma, salvo Berlioz, ningún compositor había requerido tales fuerzas. Esta obra, que dedicó a su mujer, consta de dos partes: el himno medieval Veni Creator Spiritus que data de la primera mitad del siglo IX, y el final de la segunda parte del Fausto de Goethe. Es una composición colosal en donde vuelve a incluir la voz humana, y en la que trabajó infatigablemente durante unos tres meses durante el verano de 1906. La consideraba una de sus máximas creaciones. En una carta fechada en agosto de ese año, Mahler escribe:

“He concluido mi Octava; es lo más grande que he hecho hasta ahora. Y tan peculiar en contenido y forma, que ni siquiera puede escribirse sobre eso. Imagínese que el Universo empieza a sonar y hacer música. No son ya voces humanas, sino planetas y voces que giran.”

Con ella Mahler abraza eternamente el universo y se postra ante la Divinidad, o, por qué no decirlo, se une a la Divinidad. Quien califique esta obra como producto de un espíritu perturbado y extravagante sólo demostrará su pequeñez y su nula comprensión. Esta música no tiene igual en el mundo entero. Es gigantesca, inmensa, como lo es el cosmos. Es una representación total y absoluta del universo. Es el triunfo del hombre. Está hecha para gloria del género humano. Ante ella, el auditor siente intensamente la fuerza del Creador y no puede más que terminar exhausto, apabullado, como si un huracán le hubiese cogido y sacudido, como si una incandescente luz le hubiese cegado. Esta tremenda obra nos muestra lo pequeño y grandioso que puede ser el hombre: diminuto ante Dios y enorme ante los hombres pequeños. Sin duda, la octava sinfonía debe considerarse como una de las obras artísticas más importantes de la humanidad. La dedicación a Alma se queda corta –si no es que francamente ridícula–. Más bien, esta sinfonía fue compuesta para el alma universal, producto del amor en su más alta expresión, en su grado supremo y omniabarcante, aquel amor que nada tiene que ver con el amor mundano. No es el amor del hombre lo que está en la octava sinfonía. No. Es el amor de Dios anunciado por medio de Mahler.






“Acabo de terminar mi octava sinfonía, que es lo más importante que he escrito hasta ahora. El contenido y la forma son tales que me seria imposible describíroslos. Imaginad el universo entero sonando y resonando. No se trata ya de voces humanas, sino de soles y planetas en plena rotación”, fue la forma en como el propio Gustav Mahler describió esta obra a su compañero Willen Mengelberg, en Agosto de 1906.
La Sinfonía N° 8 de Mahler es quizá la obra más luminosa, positivista y apasionada del autor, tal y como él lo admitió a su amigo Richard Specht en el año 1906: “Esta sinfonía es un don a la nación. Todas las precedentes sólo eran preludios para esta; mis otras obras son trágicas y subjetivas, ésta es una inmensa dispensadora de alegría”. Mahler no se equivocó, su momento llegó y en la era de El Sistema.
“Acabo de terminar mi octava sinfonía, que es lo más importante que he escrito hasta ahora. El contenido y la forma son tales que me seria imposible describíroslos. Imaginad el universo entero sonando y resonando. No se trata ya de voces humanas, sino de soles y planetas en plena rotación”, fue la forma en como el propio Gustav Mahler describió esta obra a su compañero Willen Mengelberg, en Agosto de 1906.
La Sinfonía N° 8 de Mahler es quizá la obra más luminosa, positivista y apasionada del autor, tal y como él lo admitió a su amigo Richard Specht en el año 1906: “Esta sinfonía es un don a la nación. Todas las precedentes sólo eran preludios para esta; mis otras obras son trágicas y subjetivas, ésta es una inmensa dispensadora de alegría”. Mahler no se equivocó, su momento llegó y en la era de El Sistema.
“Acabo de terminar mi octava sinfonía, que es lo más importante que he escrito hasta ahora. El contenido y la forma son tales que me seria imposible describíroslos. Imaginad el universo entero sonando y resonando. No se trata ya de voces humanas, sino de soles y planetas en plena rotación”, fue la forma en como el propio Gustav Mahler describió esta obra a su compañero Willen Mengelberg, en Agosto de 1906.
La Sinfonía N° 8 de Mahler es quizá la obra más luminosa, positivista y apasionada del autor, tal y como él lo admitió a su amigo Richard Specht en el año 1906: “Esta sinfonía es un don a la nación. Todas las precedentes sólo eran preludios para esta; mis otras obras son trágicas y subjetivas, ésta es una inmensa dispensadora de alegría”. Mahler no se equivocó, su momento llegó y en la era de El Sistema.

12 comentarios:

Maite dijo...

Imagínese que el Universo empieza a sonar y hacer música. No son ya voces humanas, sino planetas y voces que giran...
Es el amor de Dios anunciado por medio de Mahler.
Precioso!!

Besos. Feliz semana

Amapola Azzul dijo...

Hola Rosa. Cuánta cultura tienes y tb sensibilidad.
Buena semana.

Celia dijo...

Yo es que creo que este hombre era la divinidad misma.
Lo adoro.
Besos, Rosa.

Rosa dijo...

:))
También me fijé exactamente en eso.
:))

Un beso, Maite.
Feliz semana también para ti.

Rosa dijo...

¡Hola, linda!

Siempre me miras con buenos ojos ...:)
Gracias.

Un beso y que pases buena semana :))

Rosa dijo...

El otro día me quedé escuchando en tu blog, ese Adagietto me encanta, con él comencé a amar la música clásica. Todo Mahler.

Me alegro de compartir gustos.

Un beso, Celia. Buena semana :))

El collar de Hampstead dijo...

Un hombre con un talento espectacular,pero sobre todo con una sensibilidad exquisita.
Sus sinfonías llegan al máximo de sonoridad,y en sus tiempos lentos...tienen una delicadeza maravillosa.
Soy fan.

Gracias,Rosa.
Buena semana y un beso.

Carolina dijo...

Extraordinaria divinidad.
Gracias por compartir esta maravilla. No la había escuchado!!
Es fuerza, es energía lo que transmite esta melodía. se me pusieron los pelos de punta.

Gracias mi querida Rosa.

Besitos de luz

Ilduara dijo...

Excelso.

Rosa dijo...

Sí, Carmen, una sensibilidad exquisita. Llega al alma.
:)

Un beso.

Rosa dijo...


También a mí se me ponen los pelos de punta.
:)

Un beso, querida Carolina.

Rosa dijo...

Sí.
:)
Un beso, Ilduara.

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