Juana I de Castilla, tercera hija de los Reyes Católicos, nació en Toledo el 6 de noviembre de 1479.
Sus padres, con una política matrimonial diseñada, planificaron su boda con el archiduque Felipe, el Hermoso, primogénito de Maximiliano de Austria y María de Borgoña, con quien se casó el 20 de octubre de 1496. Del matrimonio entre Felipe y Juana nacieron seis hijos: Leonor, Carlos, Isabel, Fernando, María y Catalina.
Tras la muerte de sus hermanos Juan e Isabel, y su sobrino Miguel de Portugal en 1500, Juana se convirtió en la heredera de Castilla y León y Aragón. A la muerte de su madre, Isabel la Católica, en 1504 fue proclamada reina de Castilla y León junto a su esposo; y a la de su padre, Fernando el Católico, en 1516 pasó a ser nominalmente reina de Navarra y soberana de la corona de Aragón. Su madre Isabel la nombró heredera en su testamento, aunque especificó que, en caso de ausencia o incapacidad, administrase el reino Fernando el Católico hasta la mayoría de edad de su nieto, el futuro Carlos I.
Por lo tanto, el 25 de enero de 1516, se convirtió teóricamente en la primera reina de las coronas que conformaron la actual España.
Desde 1506 no ejerció ningún poder efectivo y a partir de 1509 vivió encerrada en Tordesillas. Fue apodada «la Loca» por una supuesta enfermedad mental alegada por su padre y por su hijo para apartarla del trono y mantenerla encerrada en Tordesillas de por vida. Se ha escrito que la enfermedad podría haber sido causada por los celos hacia su marido y por el dolor que sintió tras su muerte.
Elegía a Doña Juana la Loca
Princesa enamorada sin ser correspondida.
Clavel rojo en un valle profundo y desolado.
La tumba que te guarda rezuma tu tristeza
a través de los ojos que ha abierto sobre el mármol.
Eras una paloma con alma gigantesca
cuyo nido fue sangre del suelo castellano,
derramaste tu fuego sobre un cáliz de nieve
y al querer alentarlo tus alas se troncharon.
Soñabas que tu amor fuera como el infante
que te sigue sumiso recogiendo tu manto.
Y en vez de flores, versos y collares de perlas,
te dio la Muerte rosas marchitas en un ramo.
Tenías en el pecho la formidable aurora
de Isabel de Segura. Melibea. Tu canto,
como alondra que mira quebrarse el horizonte,
se torna de repente monótono y amargo.
Y tu grito estremece los cimientos de Burgos.
Y oprime la salmodia del coro cartujano.
Y choca con los ecos de las lentas campanas
perdiéndose en la sombra tembloroso y rasgado.
Tenías la pasión que da el cielo de España.
La pasión del puñal, de la ojera y el llanto.
¡Oh princesa divina de crepúsculo rojo,
con la rueca de hierro y de acero lo hilado!
Nunca tuviste el nido, ni el madrigal doliente,
ni el laúd juglaresco que solloza lejano.
Tu juglar fue un mancebo con escamas de plata
y un eco de trompeta su acento enamorado.
Y, sin embargo, estabas para el amor formada,
hecha para el suspiro, el mimo y el desmayo,
para llorar tristeza sobre el pecho querido
deshojando una rosa de olor entre los labios.
Para mirar la luna bordada sobre el río
y sentir la nostalgia que en sí lleva el rebaño
y mirar los eternos jardines de la sombra,
¡oh princesa morena que duermes bajo el mármol!
¿Tienes los ojos negros abiertos a la luz?
O se enredan serpientes a tus senos exhaustos…
¿Dónde fueron tus besos lanzados a los vientos?
¿Dónde fue la tristeza de tu amor desgraciado?
En el cofre de plomo, dentro de tu esqueleto,
tendrás el corazón partido en mil pedazos.
Y Granada te guarda como santa reliquia,
¡oh princesa morena que duermes bajo el mármol!
Eloísa y Julieta fueron dos margaritas,
pero tú fuiste un rojo clavel ensangrentado
que vino de la tierra dorada de Castilla
a dormir entre nieve y cipresales castos.
Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana,
los cipreses, tus cirios; la sierra, tu retablo.
Un retablo de nieve que mitigue tus ansias,
¡con el agua que pasa junto a ti! ¡La del Dauro!
Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana,
la de las torres viejas y del jardín callado,
la de la yedra muerta sobre los muros rojos,
la de la niebla azul y el arrayán romántico.
Princesa enamorada y mal correspondida.
Clavel rojo en un valle profundo y desolado.
La tumba que te guarda rezuma tu tristeza
a través de los ojos que ha abierto sobre el mármol.
Federico García Lorca
Juana murió el Viernes Santo de 1555. Al final, la cautiva de Tordesillas escapó de su cautiverio. Sus últimas palabras fueron: “Jesucristo crucificado sea conmigo”.
4 comentarios:
Gracias por la clase de historia, que tan importante es.
Me ha encantado; sobre todo, el poema de Lorca.
Besos.
Me encanta Doña Juana, la mal llamada ¿la Loca? Una figura fascinante. Sus últimas palabras son luminosas. ¿La Loca? Tal vez ... inteligente, sensible, apasionada y primera mujer Reina de España, demasiada "tela". ¿Fue, se hizo o interesó que pareciera la Loca?
Se ha afirmado, y con toda razón, que Juana fue manipulada y usada en los juegos de poder político de las personas que la rodeaban. Y ha sido usada de varias maneras en los siglos después de su muerte. Siempre me ha interesado mucho esta figura histórica.
El poema de Lorca dice mucho ¿verdad?, es precioso.
Un beso, me encanta que te encante.
Sospecho que los locos eran los demás.
Como tantas veces...
Besos.
Sí, sí, muy probablemente ... cuánto sufrimiento tuvo que pasar ...
Un beso, Toro. Feliz fin de semana.
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