El niño de la naranja. Vincent van Gogh
"El niño de la naranja" es un alegre retrato infantil pintado por van Gogh en junio de 1890.
Antes de caer en la depresión que le abocaría al suicidio en julio de 1890, Vincent van Gogh atravesó un intenso periodo creativo que le llevó a pintar 80 cuadros en 70 días. Uno de éstos fue esta hermosa obra. Se trata de uno de los pocos retratos infantiles ejecutados por el artista, inspirado tras visitar en París a su sobrino Vincent, hijo de su hermano Theo.
Lo primero que salta a la vista al contemplar El niño de la naranja es la placidez del momento captado. Al contrario que otros cuadros de Van Gogh, como los que pintaría poco después, con sus trigales tormentosos y bandadas de cuervos a la fuga, éste provoca la sonrisa del espectador. El pequeño retratado coge la fruta como si fuera un sabroso juguete. En aquella época, tanto los niños como las niñas llevaban vestidos durante sus primeros años, por lo que, aunque El niño de la naranja parezca un retrato femenino, se trata de Raoul Levert, el hijo de dos años de Vincent Levert, el carpintero del pueblo de Auvers-sur-Oise. Dicho artesano se hizo amigo del pintor y le proporcionó marcos para sus telas durante la temporada que pasó en un albergue local.
Van Gogh llegó a Auvers recién salido del sanatorio para enfermos mentales de Saint Rémy, cerca de Arlés. Antes de alquilar una habitación en el establecimiento de la familia Ravoux, pasó por París para ver a su sobrino y tocayo, Vincent. Era el hijo de su hermano, Theo, y de su cuñada, Johanna, y es posible que la ternura de la inocencia infantil le sirviera temporalmente de bálsamo. El encanto pintoresco de Auvers y el placer que el dio ver a su sobrino resultaron ser el catalizador de una extraordinaria energía artística en las últimas semanas de su vida.
En los setenta días que Van Gogh vivió en el ático de una hostería en Auvers, pintó más de 80 obras, a razón de más de un cuadro al día. El propio artista desveló a su otra hermana, Guillermina, en una de sus múltiples cartas llenas de dibujos, que "el retrato moderno constituía la auténtica pasión de su oficio". Para estar completo, a este vistazo de la serenidad mostrada por el pintor en su corta estancia parisiense le faltaría la mirada de la madre del pequeño Vincent. Sorprendida por el buen humor de su cuñado, Johanna escribió a su vez que encontró a un hombre renovado en la estación de ferrocarril parisiense:
"Tenía buen color y un aspecto excelente y sano. Vino con un nido de pájaros para el niño e insistió en llevarle en brazos todo el tiempo", recordó.
Acabó convencido de que vivir en París perjudicaba la salud de su sobrino, por lo que retrató a estos niños con el campo como fondo y con mejillas sonrosadas, como testimonio de los beneficios de la vida en el medio rural.
El cuadro fue comprado en 1916 por los suizos Arthur y Hedy Hahnloser, quienes formaron una importante colección de pintura impresionista y post-impresionista a comienzos del siglo XX en Suiza.
Sus descendientes se desprendieron, después de 90 años, de la pintura para destinar el dinero a instituciones caritativas orientadas a los jóvenes y a la educación. Un buen destino. Salió a subasta por 20 millones de dólares.
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