Juan Ramón Jiménez consideraba equivalentes
poesía, amor y religión. No es el único poeta que intuye
estas identidades. La realización más cabal de la palabra
humana, estoy convencido, es la palabra amorosa, la
palabra que rezuma amor (Verbum spirans amorem, que
decía Tomás de Aquino). Lo que dota de mayor densidad al lenguaje es el amor. Y, al revés, como escribió el
mismo Juan Ramón, «cuando no se ama, todo suena a
hueco». «Nos constituye el amor, o la palabra, que es lo
mismo», apunta el poeta Alfonso Albalá. «Yo escribo
poesía por amor», escuché decir en el Colegio Mayor
Belagua a Carmelo Guillén, con flagrante pleonasmo.
El poeta, así lo han entendido muchos creadores, es
un gran terapeuta, porque todos estamos heridos y es él
quien acierta a señalar dónde está la herida.
¡Ah! A diferencia de los medicamentos, la poesía no
tiene fecha de caducidad. Como ha escrito el eterno
candidato al Nobel de Literatura, el poeta polaco Adam
Zagajewski, «la poesía —naturalmente, solo la grande,
la excelente— es una de las artes que menos amarillean». ¿Tan improductivo es el improductivo placer de
leer poesía, que diría la Szymborska?
Manuel Casado Velarde, Más poesía y menos Prozac
6 comentarios:
La poesia es grandiosa. Linda entrada y buen tema. Besos
Sí, sanadora la poesía.
Besos.
Hay tanta poesía a nuestro alrededor y no la vemos...no concibo el mundo sin poesía
Sí, hanna.
Un beso.
Así es, linda.
:)
Un beso.
Sí, Princesa, y unida a la experiencia cotidiana.
Un beso.
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