Un poema evocador, entrañable. El aroma de la tortilla impregna todo el poema:
Como un ciclón invade los salones,
la casa, las alcobas, el vestíbulo,
un aroma de huevos cocinándose.
Era primero el eco de la loza
contra el rojo metal del tenedor:
ruido de castañuelas y cansancio,
el pijama de pies, las gotas de Nenuco.
Los deberes que nunca se acababan,
la lámpara flotando sobre el lunes.
Luego la lumbre se encendía, y era
el amor sin cansancio del aceite: fundirse, crepitar.
Y mi madre logrando
la redondez exacta, amarilla y brillante.
Una felicidad redonda y de diario.
la casa, las alcobas, el vestíbulo,
un aroma de huevos cocinándose.
Era primero el eco de la loza
contra el rojo metal del tenedor:
ruido de castañuelas y cansancio,
el pijama de pies, las gotas de Nenuco.
Los deberes que nunca se acababan,
la lámpara flotando sobre el lunes.
Luego la lumbre se encendía, y era
el amor sin cansancio del aceite: fundirse, crepitar.
Y mi madre logrando
la redondez exacta, amarilla y brillante.
Una felicidad redonda y de diario.
Rocío Arana, Omelette
2 comentarios:
Este poema es mágico porque en él vive esa madre.
Besos.
Pues sí, totalmente de acuerdo, (qué raro...).
Besos, Toro. ¡Feliz día!
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