Muere el Maestro de la narrativa actual. Nos queda su prosa sencilla, humana y profunda, al alcance sólo de los grandes escritores.
He leído sus novelas a lo largo del tiempo pero, en especial, me impactó "El hereje" por su mensaje sobre la tolerancia y libertad de conciencia. Cuando acabé de leerla, recuerdo muy bien la sensación de satisfacción que me produjo, la sensación de tener una gran obra en mis manos, que me hizo reflexionar sobre las relaciones humanas.
En su novela "El príncipe destronado", indaga en el mundo de la niñez, a través de los ojos de Quico, un niño de cuatro años, que se siente desplazado ante la llegada de Cris, su nueva hermana. Muchas de las escenas se desarrollan en la cocina, como ésta, divertida y muy tierna:
Desenroscó el tapón rojo:
—Es la tele, ¿verdad, Mamá?
—Sí, es la tele; anda, come.
—No quieres que se me haga bola, ¿verdad, Mamá?
—No, no quiero. Come.
—Si como, me hago grande y voy al cole como Juan, ¿verdad, Mamá?
Mamá suspiró, pacientemente:
—No veo el día —dijo.
—Y cuando vaya al cole no se me hace la bola, ¿verdad, Mamá?
—¿Verdad, Mamá?; ¿verdad, Mamá?
—dijo Mamá irritada, sacudiéndole por un brazo—: ¡Come de una vez!
Quico le enfocó sus ojos implorantes con una vaga sombra de tristeza en su limpia mirada azul:
—¿Verdad, Mamá que no te gusta que diga “verdad, Mamá; verdad, Mamá?” —dijo.
Mamá tenía los ojos brillantes, como si fuera a llorar. Musitó: “Yo no sé qué va a ser de esta criatura”.
Descanse en paz.
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